LOS REINOS DE ÖSÁRNUR: I


I

Todavía era noche cerrada en Etris cuando Dorton llamó a su puerta. Brenzac, ataviado con sus ropas de viaje, estaba esperándolo con un té humeante en la mesa.

La morada en la que vivía carecía de lujos, pues una familia de sirvientes no podía permitirse otra cosa. A pesar de ello era un hogar, uno de esos que era casi imposible encontrar en el reino. Brenzac vivía con sus padres y sus hermanos, dos más pequeños que él y una hermana mayor a la que adoraba.
Aquella noche, por cuestiones laborales, sus padres y su hermana estaban fuera de casa, tan solo sus dos pequeños hermanos se encontraban en ella y, a aquellas horas, estaban durmiendo.
Brenzac se preguntaba qué pensarían sus padres cuando volviesen del trabajo y él no se encontrase allí, dejando a sus hermanos solos.
No había querido contarles nada acerca de la misión que el Rey le había encomendado, no lo entenderían. "Demasiado peligroso" diría su madre, "no serás capaz" añadiría su padre, "no quiero perderte" le suplicaría su hermana.
Dejaría una carta en la cocina explicando su partida. Esperaba que pudiesen perdonarle.

— Buenas noches Dorton, adelante — lo recibió Brenzac.
— ¡Oh mi querido Brenzac! Qué bien huele, veo que me conoces bien.
— Ya estoy listo para partir, tengo mi zurrón preparado con ropa y provisiones para los próximos días.
— ¿Días? — preguntó extrañado Dorton — ¡Dirás meses!
— ¿Meses? - Brenzac no entendía nada.
-—Querido Brenzac... la misión que te ha encomendado el Rey nos llevará por lo menos cuatro o cinco meses. Tharcana se encuentra a unas treinta y seis lunas de aquí y, teniendo en cuenta lo que te gusta entretenerte con las cosas..., intuyo que nos llevará más tiempo del previsto — rió Dorton.
Al Rey Maldon se le había olvidado comentarle aquel pequeño detalle. Treinta y seis lunas era mucho tiempo.

Ambos se sentaron en la mesa, tomaron el té y ultimaron los detalles de su viaje. No iba a ser nada fácil, pero, por el bien de su reino, de sus familias y amigos, debían lograrlo.
A pesar de ser un joven rebelde, Brenzac se caracterizaba por su poder de persuasión y su labia, nada se le resistía, al menos hasta el momento. Estaba seguro de que, con un poco de paciencia y buenos modales, podría solucionar el problema que les atañía en aquel viaje.

Partieron al alba. Brenzac había preparado otro zurrón con ropa al enterarse de que no serían sólo unos días.
— Dorton, ¿y tus cosas?
— Querido Brenzac, soy un mago, no necesito equipaje.
El camino estaba embarrado, llevaba varios días lloviendo y eso dificultaría aun más su marcha.
Cruzaron la ciudad de Etris, capital de Euribion, en dirección norte.

Etris era una ciudad como otra cualquiera. Situada en la zona sur de los reinos de Ösárnur, contaba con barrios claramente diferenciados gracias al poder adquisitivo de sus inquilinos.

En la zona sur de la ciudad se encontraban los artesanos, con sus forjas, tabernas, carnicerías, percaderías... Se notaba que era un barrio obrero, por allí no circulaban vehículos y los niños siempre jugaban en la calle. De vez en cuando se veía pasar algún carruaje de alguien importante, de la corte, que acudía en busca de los mejores productos del reino, pero nada más.
Algunas casas, de piedra y adobe, se caían a pedazos. Se mantenían en pie gracias a los esfuerzos de sus dueños por arreglar un desperfecto por aquí, otro por allá, cuando tenían en el bolsillo lo suficiente para no morir de hambre.

En el centro de la ciudad se alzaba un gran castillo, propiedad del rey Maldon y su familia. Estaba lleno de torres, donde se podía observar un gran número de arqueros que custodiaban la vida de su majestad. Entre los ciudadanos corría el rumor de que dentro del castillo, en las mazmorras, se guardaban monstruosas criaturas. También se decía que, algunas de esas criaturas, amparaban el castillo desde el foso de la entrada, pero nadie nunca había visto una.
— No lo entiendo.
Dorton salió de sus cavilaciones.
— ¿Qué no entiendes?
— No entiendo por qué me mandan a mí a esta misión. Podría enviar sus numerosas tropas, acabar con Rínyel y sus aliados, y todos contentos y felices.
-—No es tan fácil Brenzac, están en juego las vidas de muchos inocentes. Nuestro rey no quiere una guerra sanguinaria, si puede evitarla, la evitará.

En la salida norte de Etris se encontraba el arco más majestuoso de la ciudad, representando, en su piedra, todas las batallas forjadas hasta entonces por el reino de Euribion. Brenzac se preguntó si, después de este viaje, tallarían su cara en aquel lugar.
Aquella era la zona de la corte, donde vivían los individuos más ricos de la ciudad. Familias de Duques, Condes, el Obispo... Sólo había que fijarse en las señoriales casas que formaban las calles para hacerse una pequeña idea del poder que allí habitaba. En el centro de este barrio se encontraba la Catedral de Euribion. Un esplendoroso edificio con dos cúpulas y tres torres que hacía las delicias de los más creyentes.
Sin duda, aquel reino emanaba poder.

Tras cruzar el viejo arco, Brenzac y Dorton se adentraron en el bosque Euphir. Brenzac jamás había salido de Etris, así que no sabía nada de lo que podría encontrarse allí. Se decía que en el bosque vivían criaturas mágicas, pero no sabían afirmar si eran buenas o malas. También se especulaba que, en el medio del bosque, había un gran lago con criaturas similares a las que el rey tenía en sus mazmorras, pero nadie nunca había visto una. Su aventura comenzaba allí. Debían elegir cuál, de los tres caminos, les llevaría a Tharcana. Siguieron el sendero que les conducía al norte.

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