LOS REINOS DE ÖSÁRNUR: II


II

— Brenzac, ¿cómo se encuentran tus padres? Últimamente no los he visto mucho por el castillo.
Brenzac no podía dejar de pensar en su familia. ¿Qué opinarían de la carta que les había dejado escrita?
— Se encuentran bien. Estos últimos días han faltado varias veces al trabajo, mi hermano pequeño, Gurdon, ha estado enfermo, pero creemos que han dado con la cura.
— ¡Vaya! No sabía nada al respecto.
— No pasa nada Dorton, lo hemos intentado mantener en secreto, ya sabes que a mi familia no le gusta que la traten con pena.

Brenzac era el segundo de cuatro hermanos. Cuando fue lo suficientemente mayor comenzó a ayudar a sus padres en las labores del campo, cuidaba los animales y se encargaba de sus dos hermanos pequeños.
Al cumplir la mayoría de edad, Brenzac quería trabajar fuera de casa y aportar economía al hogar, por lo que solicitó un puesto de trabajo como siervo del Rey. Pronto se ganó la confianza de éste y fue ascendiendo poco a poco, hasta que Maldon le ofreció ser parte de su guardia real. Para Brenzac aquello era un gran logro, así que no dudó en aceptar la oferta. Esta era su primera misión como guardia real del Rey Maldon.

El sendero que habían elegido en dirección al norte parecía despejado, llevaban varias horas de camino y no se habían topado con ningún tipo de animal ni criatura. Tan sólo habían escuchado, a lo lejos, el sonido del agua correr, por lo que supusieron que cerca un río seguía su curso.
Comenzaba a anochecer y decidieron buscar un sitio en el que refugiarse. Habían llegado a un lugar montañoso con un gran número de salientes, así que se dispusieron a montar su campamento debajo de uno de éstos.
Una vez estuvieron instalados, Brenzac fue en busca de algo de leña mientras Dorton preparaba la cena.
— Dorton, ¿tú crees que llegaremos a tiempo para evitar la guerra?
— No lo sé. Los historiadores dicen que la historia siempre se repite, pero tú tienes la misión de cambiarla.
Después de cenar, los dos se tumbaron al raso a contemplar el cielo estrellado.
— ¿A qué te refieres con eso de que tengo que cambiar la historia?
— Verás Brenzac, hace unas setenta y ocho lunas y media, cuando tu abuelo todavía estaba entre nosotros, el padre del rey Maldon y su tío tuvieron una disputa similar. Nuestro antiguo Rey solicitó a tu abuelo que mediase entre él y su hermano para tratar de evitar la guerra, yo iba con él, pero no llegamos a tiempo. Aquella guerra fue una de las peores que se han vivido en estos reinos, hubo miles y miles de muertes, en su mayoría gente inocente que sólo quería vivir en paz y salvar a su familia. Ahora la historia se repite con sus hijos y tú eres el encargado de evitar que suceda lo mismo.
— ¿Y si no lo conseguimos?
— Lo conseguiremos.
Tras esta afirmación, ambos se quedaron dormidos.
Al alba del día siguiente, después de tomar un pequeño desayuno, reanudaron su viaje en dirección al norte. Se avecinaba una jornada apacible, el sol brillaba en el cielo azul, no había nubes a la vista y la temperatura era muy agradable.
Tras varias horas de camino, encontraron un pequeño arroyo donde pudieron reponer sus cantimploras y, tras quejarse de que tenían hambre, buscaron un lugar cercano para sentarse a comer.
Aprovecharon la pausa para descansar y dormir una pequeña siesta, hasta el anochecer todavía les quedaban unas cuantas horas de viaje.

A Brenzac le rondaban muchas preguntas en la cabeza, ni su abuelo ni sus padres le habían contado nada sobre la historia que Dorton le había contado la noche anterior. No tenía ni idea de que su abuelo había servido al antiguo rey de Euribion. Ahora le tocaba a él cumplir con una misión similar, pero esta vez tendría un final diferente se había dicho antes de quedarse dormido.

Estaban recogiendo las cosas cuando escucharon ruidos a lo lejos, parecía un forcejeo. Terminaron lo más rápido que pudieron y salieron corriendo en dirección al bullicio que iba cesando poco a poco. Llegaron a una zona repleta de vegetación y tuvieron que abrirse paso entre la maleza para llegar al lugar de la contienda, parecía que todo había terminado ya.
A unos pocos metros de donde se encontraban observaron que algunas hierbas estaban aplastadas, "quizás son pisadas, o quizás alguien ha caído ahí" pensó Dorton. Sacaron sus espadas y se acercaron sigilosamente, intentando no hacer ruido, si todavía quedaba alguien allí no querían verse sorprendidos por alguna flecha.

Llegaron a dicho lugar y se asomaron desde detrás de un árbol. Cuál fue su sorpresa que, sobre aquellas hierbas se encontraba una muchacha. No sería mucho más mayor ni mucho más pequeña que Brenzac, vestía con ropa de viaje, su equipaje estaba esparcido por todo el suelo y apenas respiraba.
Se acercaron rápidamente hasta donde se encontraba la chica y la observaron meticulosamente, si no actuaban con rapidez moriría.
Dorton comenzó a rebuscar en su equipaje mientras Brenzac intentaba reanimarla, sacó un frasco pequeño con un ungüento que despedía una especie de vapor. Cuando Dorton lo abrió el ambiente se llenó de un olor extraño, casi nauseabundo. Se acercó a la chica y le puso aquella pasta por el cuello y el pecho mientras Brenzac no cesaba en sus maniobras de reanimación. Después de unos angustiosos minutos la chica respondió y cogió una gran bocanada de aire, un momento después abrió los ojos y los miró con terror.
Al ver aquella mirada ambos retrocedieron un poco y le dieron a la muchacha el espacio suficiente para que ella sopesara si fiarse de ellos o echar a correr.
Ella se incorporó y, tras una pequeña deliberación interior, decidió tantear el terreno antes de tomar una decisión firme. Los observó con determinación y sólo vio a un anciano y un joven, con pocas armas y sin muchas intenciones de atacar. "Si quisieran matarme ya lo habrían hecho o no me hubiesen ayudado" pensó la chica.
–Hola...–titubeó.
–Hola–contestó Brenzac–¿Te encuentras bien?
–Bueno... me duele un poco la cabeza. ¿Quienes sois?
–Me llamo Brenzac, y este es mi viejo amigo Dorton. ¿Qué ha pasado aquí? Escuchamos unos ruidos extraños y nos acercamos lo más rápido posible.
La chica resopló.
–Un grupo de saqueadores me atacó cuando estaba volviendo a mi hogar.
–¿Saqueadores? ¿En Euribion? Eso es casi imposible.
–Sí...bueno... Por las ropas que llevaban no parecía que fuesen de aquí, sino más bien del norte.
Aquello explicaba muchas cosas. Seguramente Rinyel había enviado un grupo de espías para recabar información sobre cómo se encontraba el reino de Euribion en aquellos momentos y que intenciones tenía el rey Maldon acerca de la carta que le había escrito meses atrás.
–Y tú, ¿hacia dónde te diriges?–le preguntó Dorton.
–Iba de camino a Eron, en el reino de Orir.
–¿Eres de allí?–quiso saber Brenzac.
La chica asintío.
–Y ¿cómo te llamas?
–Soy Xeljah, encantada.

Xeljah, a Brenzac le gustaba ese nombre. Tras unos minutos más de conversación y terminadas las presentaciones, Xeljah acompañó a Brenzac y Dorton en su camino hacia el norte, en dirección a Eron. A ellos les quedaba de paso, así que aprovecharían para descansar allí un par de días y reponer sus provisiones de nuevo. Además, en vista de los peligros que acechaban el bosque en aquellos tiempos, comprarían nuevo armamento.
Estuvieron hablando todo el camino, siempre atentos a cualquier ruido extraño por si volvían los saqueadores. Xeljah les contó que sus padres tenían una forja en Eron y que ella, como buena hija, les ayudaba allí. Se encontraba tan lejos de casa porque el rey Maldon les había encargado nuevo armamento y había ido a Etris a entregárselo en persona. No era el procedimiento habitual, pero al ser un armamento caro sus padres no habían querido arriesgarse a mandar a cualquier mensajero para que la entrega.
Llevaba varios días de viaje cuando, aquella mañana, había sido atacada por aquellos malhechores. La habían sorprendido mientras dormía y, al intentar defenderse, casi la matan. Se habían llevado su arco y su carcaj, además de todo el dinero que traía encima por la venta de las armas.
También les contó que era una excelente arquera. Se estaba preparando para hacer las pruebas para entrar en la guardia real, pero ahora que no tenía armamento no sabía qué sería de su futuro.
–Y vosotros ¿por qué estáis de viaje?–preguntó Xeljah.
–El rey Maldon nos ha enviado a Tharcana para una misión de paz–le explicó Brenzac.
–¿Una misión de paz?
Brenzac le contó lo que sucedía, cómo el rey Rinyel quería apoderarse de todos los reinos de Ösárnur, pero tampoco sabía muchos más detalles de su misión. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que el rey Maldon no le había contado casi nada acerca de qué tenía que hacer y para qué lo mandaba a Tharcana.
–Dorton, tú tienes que conocer más detalles de la misión.
–Por supuesto querido Brenzac, pero todo a su debido tiempo–y Dorton le dedicó una amplia sonrisa a su amigo.

Estaba llegando el ocaso cuando, a lo lejos, divisaron las luces de una ciudad. Se apresuraron para llegar antes de que la oscuridad lo invadiese todo y, justo cuando los últimos rayos del día alumbraban lo justo para no tropezar, los tres cruzaban el arco principal de la muralla de piedra que rodeaba la ciudad de Utycya.

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